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jueves, 5 de agosto de 2010

Juan José Toro potosino y periodista escribe en Los Tiempos un alegato en favor de Potosí

“Sin Potosí no hubiese existido Bolivia”. Esa fue una de las afirmaciones que lancé al recibir el primer premio del concurso sobre Historia del Periodismo.

Amo a mi tierra como cualquier hijo bien parido en ella pero no dije aquello impelido por ese sentimiento.

Si bien el territorio que hoy es Bolivia ya tenía vocación de país en tiempos prehispánicos, la República denominada como tal no nació sino hasta 1825. Antes de ese año, nadie había escuchado hablar de Bolivia. Charcas, que era su nombre oficial, se manejaba muy poco porque era más común utilizar el apelativo de Alto Perú. Potosí, en cambio, era conocida en el mundo entero. Los yacimientos de plata del Cerro Rico fueron el sostén económico no sólo de la España colonial sino de las demás naciones europeas que, al no poder explotarlos directamente, se apoderaban del metal que era transportado en barcos a través de la piratería.

La existencia de esos yacimientos y los consiguientes problemas por la adjudicación y tenencia de minas motivaron la creación de la Audiencia y Cancillería Real de La Plata de los Charcas como tribunal para resolverlos. Esta unidad administrativa fue la base para la fundación de Bolivia al terminar la Guerra de la Independencia. Como el nuevo país nacía sin arcas establecidas, debió funcionar durante un buen tiempo con la plata potosina que se utilizaba para pagar los sueldos de toda la administración pública, incluida, por supuesto, la del departamento de Santa Cruz.

Desde que comenzó la explotación del Cerro Rico, en 1545, Potosí no recibió nada a cambio de sus recursos naturales. El metal salía de sus bocaminas, se fundía en la Casa de Moneda y se embarcaba a España. Ya en tiempos republicanos, el estaño reemplazó a la plata, siguió saliendo a raudales pero nada quedaba para la región dueña del recurso.

Esa situación duró hasta hoy, cuando la colonia y la República han desaparecido.

En el Estado Plurinacional de Bolivia, Potosí sigue siendo la región que aporta al desarrollo nacional pero no recibe nada a cambio. El último reporte del Ministerio de Minería da cuenta que las exportaciones de minerales llegaron a 1.212 millones de dólares, por encima de los 1.076 millones de dólares por ventas de hidrocarburos. Aunque la bonanza de las cotizaciones ya dura un buen tiempo, Potosí casi no ha cambiado: no tiene industrias y, más allá de la minería, su economía es motorizada por el comercio informal.

En el oeste del departamento está el nuevo Cerro Rico, el salar llamado de Uyuni cuyas reservas de litio podrían convertir a nuestro país en una potencia energética. Lo que intentó hacer el gobierno de Evo Morales es crear una empresa centralista, con sede en La Paz, que maneje la explotación de ese recurso.

Por esas y otras razones cuya descripción necesitaría volúmenes superiores a los de la “Historia…” de Arzáns, Potosí se rebeló varias veces en el pasado y lo hace ahora frente al Gobierno que ayudó a consolidar con una votación masiva.

Aquí no hay conspiración política ni la intención de proteger a nadie. Aquí está un pueblo que fue explotado siempre y, amparándose en los recursos naturales que posee, sueña con un mejor destino. Ya no quiere que esos recursos sean explotados sin dejarle nada o dejándole migajas. Potosí lucha no sólo por vivir bien sino también por sobrevivir. Si el Gobierno de Evo Morales entiende esto y lo resuelve, habrá puesto fin a una larga historia de injusticias que caracterizó a la región que dio a luz a Bolivia.


El autor es periodista
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