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domingo, 20 de marzo de 2011

José Supera del grupo de La Nación que visitó Potosí y entrevistó a sus personalidades. reflejan sus líneas es esfuerzo, la tristeza, el sacrificio en que viven los mineros de mi ciudad.


Todo oscuro y en silencio. A lo lejos, algo de luz. Un puntito de luz. Nos acercamos de a poco y vamos viendo que el puntito se agranda, las formas se van definiendo: paredes de piedra, en el suelo agua marrón, rieles, barro. Los techos tienen vigas fragmentadas a punto de ceder. Las piedras, la tierra y la oscuridad amenazan a cada paso. De las luces también llegan voces y risas. Un reparo en el medio del túnel.
Las luces vienen de los cascos de unos mineros. Están sentados sobre unas montañas de rocas y contemplan un santuario que tiene una cara de barro con cuernos de carnero. Sus labios de tierra sostienen un cigarro, de su cuello cuelgan guirnaldas de colores, más abajo una montaña de hojas de coca. Los hermanos mineros se van pasando la botella de plástico que contiene alcohol de quemar a 96°. Un sorbo, una plegaria. Le ofrendan hojas de coca al tiempo que le piden más minerales y protección para ellos y sus compañeros. Por favor, Tío. Así le piden. Y el Tío ahí, mirándolos en silencio con sus ojos de barro, barro que salió de esa montaña que es su reinado. El Tío es el diablo, el rey de la mina.
Viernes. Día de ch'alla, día de ofrenda y súplica en el cerro Rico de Potosí, Bolivia.
Tanta historia
La vida de Potosí se rige por la minería, pero también por el olvido. El departamento es uno de los que mayores aportes realiza al tesoro nacional de Bolivia, sólo secundado por los hidrocarburos.
Potosí es una ciudad que luce iglesias coloniales y casas con escudos de nobles españoles ya desaparecidos. Pero Potosí es historia y pocos piensan en su presente: más del 40% de los potosinos ha quedado relegado a la más extrema pobreza.
"Hemos quedado rezagados con niveles de pobreza muy altos; gente de Potosí que pide limosna en todas las calles de nuestro país, gente que migra constantemente hacia otros países. Nunca se ha desarrollado un proyecto que combata esa pobreza extrema, pese a que hemos dado tanta riqueza al país y al mundo", asegura el gobernador Félix Gonzales Bernal, que nos recibe en su despacho: un lugar amplio, con sillones y sala de reuniones.
Más afuera, la Plaza de Armas 10 de Noviembre, la iglesia, las callecitas olvidadas en el tiempo con fondo de cerros y casitas diminutas que suben por la ladera.
Me saluda como saludan los bolivianos: dando la mano, después un abrazo, y otra vez la mano.
Después del saludo me mira a los ojos y me ofrece su mayor tesoro, el que lleva consigo a todas partes, la extensión de su cuerpo como una bolsita verde llena de hojas de coca que ahora se encuentra frente a mí, y entonces negarla sería negarlo a él. "¿Coquita?", me pregunta, aunque sabe que lo mismo da preguntar; debería afirmar, nadie se niega a pijchar o masticar hojas de coca con la bolsa abierta a modo de ofrenda.
Le pregunto cómo es que redistribuye el gobierno los ingresos que vienen de parte de las minas. Por suerte me entiende bien porque me contesta: "Tenemos una relación aceptable con los compañeros mineros. Hay tres niveles: los grandes empresarios mineros, que es gente que no vive aquí en Potosí, incluso algunos ni viven en Bolivia, ya que pertenecen a grandes transnacionales; luego están los hermanos cooperativistas mineros, que están aumentando mucho, y los otros son los mineros asalariados, que son los que trabajan para una mina, luego para otra, y así. Nuestra gobernación está apoyando la actividad minera, invirtiendo fundamentalmente en protección, porque al final ellos son los que aportan las mayores regalías en el nivel departamental, y con esas regalías se puede hacer mayor cantidad de obras".
Las palabras me quedan dando vueltas en la cabeza. Hermanos cooperativistas mineros. Algo logro vislumbrar, pero le pido que arroje más luz, que me cuente cómo funciona esa hermandad. Entonces se acomoda en su sillón, con la bolsita de coca sobre su falda, y me cuenta que los hermanos cooperativistas mineros son trabajadores que se asocian para trabajar la mina de manera independiente. Ni el Estado ni las multinacionales. Su trabajo, su sudor, su dinero. Por eso la hermandad.
Me cuenta también que hay más de 80 cooperativas en todo el departamento de Potosí, cada una con sus normas y bajo la organización de los propios trabajadores. Son ellos quienes les venden de manera directa los minerales a los diferentes ingenios mineros.
Sigo sin entender cómo uno de los departamentos que más regalías aporta a Bolivia muere sumido en el silencio de la pobreza, en el olvido.
Entonces Gonzales Bernal aguza la mirada. Es como si vislumbrara en su mente toda la ciudad, las casas pobres, las calles solitarias, la gente pidiendo en esas calles. Se le nota en la cara que le cuesta hablar del tema, pero habla: "Esto es debido a las políticas de exclusión que siempre han existido, incluso los mismos empresarios nacionales ganan mucho dinero aquí, pero lo sacan a otros departamentos. Y entonces invierten en Sucre, Cochabamba, Santa Cruz.
Ahí es como si me pasara la imagen mental a mí, porque ahora imagino esa ciudad pobre y vaciada.
Pero hay que caminar sus calles y ver el Carnaval de los mineros.
La gente todavía conserva una alegría atenuada, que se endurece por el frío, una esperanza a lo lejos. Aunque les cueste, desentierran la felicidad, esa que está enterrada entre las piedras y el barro.
Como si no tuvieran suficiente con la pobreza y la exclusión, hace poco se derrumbó el interior de su fuente de recursos por excelencia: el cerro Rico.
El cráter se había abierto el año pasado y llegó a tener ocho metros de diámetro. En enero último volvió a ceder y hoy tiene 22 metros de diámetro, más o menos como el círculo central de una cancha de fútbol de primera división.
"Nuestro símbolo, que es nuestra bandera en el mundo, debido a la sobreexplotación se está muriendo de a poco. No lo vemos, pero se está muriendo por dentro", me dice el chofer de un minibús mientras avanzamos por una ciudad que tiene un verano con lluvias y frío. Y me lo dice mirando hacia el cerro: desde cualquier parte de la ciudad uno puede verlo. Es como si estuviera presente siempre, como un dios que todo lo ve, que todo lo oye.
El cerro Rico es Potosí.
Otras voces
Si vamos bajando por una callecita de la ciudad de Potosí, más precisamente por Bolívar, y si le metemos más precisión, y a la altura del número 773, entramos y transitamos el largo pasillo para luego subir unas escaleras de madera, nos encontraremos con el despacho de Julio Quiñones.
Es el presidente de Fedecomin, la Federación Departamental de Cooperativas Mineras, que reúne, afilia y pelea por los derechos de los cooperativistas mineros. Está sentado en un sillón leyendo el diario. Su oficina está casi a oscuras y la luz del sol que entra por la ventana lo ayuda en la lectura. Me tiende la mano. Aspera, ruda, fuerte. Una mano que seguramente empuñó pico y pala, que peleó en la oscuridad contra la pobreza. Le hablo del derrumbe del cerro Rico y enseguida me hace entender que tiene un pensamiento distinto del oficialista: "Lamentablemente el gobierno siempre lanza palabras y nunca hace obras. Además, tenemos el hecho de que las cooperativas mineras aportan 92 millones de dólares y el gobierno retorna menos del 1% de lo que nosotros aportamos. Nosotros estamos obligando al gobierno a que venga y arregle la estructura interior del cerro porque es nuestro derecho. Ellos son los que tienen todo el dinero y deben hacerlo. Sin embargo, hace tres años vienen haciendo estudios y estudios, pero no ponen manos a la obra".
La zona del derrumbe hoy se encuentra clausurada. Aunque la vida y el trabajo dentro del cerro no cesan.
Los mineros tienen que seguir trabajando. Y si bien hay muchas partes en peligro de derrumbe, los mineros se meten en las bocaminas todos los días y quedan librados a su propia suerte. Tienen que comer, no les queda otra.
"Nosotros somos los que mantenemos a Potosí, nosotros somos los que mantenemos a Bolivia. Si nosotros no aportamos, dígame usted de dónde tendría dinero el tesoro general de nuestro país. En el cerro ofrecemos 15 mil fuentes de trabajo. Y el gobierno siempre se olvida de nosotros y nunca ha hecho una inversión en minería en pos de nuestra seguridad. El último de los reportes indica que Potosí le ha ganado a Santa Cruz en niveles de exportación. Somos el segundo departamento exportador y en otros departamentos sacan buenos réditos y aquí nada. Eso es gracias a nuestros ineficientes diputados", se queja el dirigente.
En lo que va del año, las cifras oficiales de muertes en el cerro Rico de Potosí ascienden a más de 30. Consultamos al dueño de una funeraria en Potosí y nos aclaró que son más, que todos los días hay más de una muerte y los familiares de los mineros van a solicitarle sus servicios. Pero Julio Quiñones piensa distinto: "No es así. Aquí todo depende mucho de la suerte. Son muy pocos los muertos. Si ha habido accidentes no es como lo manifiesta el gobierno, que dice que desde que empezó el año ya ha habido 30. No es así de ninguna manera".
Le pregunto si hay niños trabajando en la mina. Se ofusca, me dice que no, que se prohibió terminantemente la presencia de niños en el interior de la mina. Y afirma que en la mina pueden existir niños, pero éstos son hijos de los cuidadores de las minas que viven en diferentes sectores del yacimiento.
Un milagro para Lorenzo
La historia de Lorenzo es conmovedora. Imaginémosla así: un chico de 15 años que vive en el campo y un día su padre le dice que no hay trabajo para él, que tiene que irse a trabajar a otro lado porque además no puede mantenerlo.
Entonces el cerro Rico emerge con fuerza en el horizonte de su destino. Y hacia allí va. Tiene un conocido que trabaja de minero. Un ómnibus se detiene en el medio de la ruta. Lorenzo sube. El destino es Potosí, más precisamente el cerro Rico. En su primer día en la mina su amigo le explica el trabajo que tienen que hacer: meter el carro dentro de la mina, llenarlo con las piedras que sacan.Si se descarrila, procurar que no se caiga: eso podría ser fatal. El carro repleto de piedras pesa más de una tonelada, le advierte. Tienen que sacar diez carros por día y la paga por eso es de 100 bolivianos. Si sacan nueve carros o menos, no hay paga. Así de simple, así de duro.
Y Lorenzo acepta.
Su primer día en la mina lo deja extenuado. Le duele todo el cuerpo. No siente los brazos ni las piernas. El ahogo persiste aún saliendo del cerro. No es fácil, le explica su amigo Juan, lleva tiempo acostumbrarse a respirar a más de 4100 metros de altura, en un lugar donde el aire está viciado del polvo que desprenden las piedras y los metales, pero que ya se va a acostumbrar, que se quede tranquilo, pues. Entonces bajan a la ciudad, a la habitación que alquilan entre varios mineros jóvenes. Son diez en una habitación repleta de camas. Diez chicos que llegaron del campo, porque en el campo apenas hay trabajo. Tienen que elegir: la mina o nada.
A Lorenzo lo van a esperar días y días iguales a ése. Lo consuela el hecho de acostumbrarse con el transcurrir del tiempo. Y una mañana cualquiera va a estar cargando un carro en medio del frío y la oscuridad, y va a llegar alguien que diga que es periodista y le va a hacer unas preguntas.
Lorenzo primero va a contestar tímido, pero después se va a abrir un poco más, y hasta se va a dejar sacar unas fotos.
Después volverá a lo suyo, porque tendrá que terminar de llenar el carro con piedras. Se va a disculpar y se va a ir. Si no los carga todos, no come. Es eso, o nada.
La palliri tenaz
Las palliris son las mujeres mineras que a golpe de martillo escogen los pedazos de roca mineralizada que desechan los ingenios mineros. Piedras que tienen plata, zinc y plomo. Hay que buscarlas, es como si fuera una aguja en un pajar.
A un costado del camino de ripio del cerro Rico se encuentra sentadita quien es la palliri más vieja del lugar. Se llama Cirila Ordóñez y tiene más de 80 años. Toda su vida trabajó en la mina. No conoce otra realidad que esa. Su marido murió dentro de la mina y su único hijo también trabaja allí dentro. Nos cuenta todo con su bolsita de coca en la falda; el sombrero que protege los ojos del sol; cientos de piedras brillando a su lado, piedras que según ella tienen plata y plomo. Sus palabras son traducidas del quechua porque no habla español. Pero su dolor no entiende de idiomas. Su voz es una pena que se va resquebrajando, que se desmorona en pedazos. Le pregunto si a su edad tiene fuerzas para seguir trabajando. La voz del minero que nos acompaña traduce: "Dice que tiene que trabajar acá porque no tiene dinero, si no trabaja no tiene para su almuerzo ni su desayuno ni nada".
Le pido que le pregunte cuánto hace que trabaja en la mina. Ida y vuelta de palabras en quechua. Y el minero, sin dejar de mirarla a Cirila, me lanza: "Dice que desde hace cuarenta años".
La voz en pena de Cirila vuelve a hablar. Minero traductor: "Quiere que le compremos unas piedritas. Que nos las deja baratitas, pues. A 10 la piedra, y que podemos elegir la que queramos. Dice que las que tiene en la mano son piedras que contienen plata". Pienso en mis abuelas. En todas las abuelas del mundo. Y en esta mujer octogenaria que tiene que martillar todos los días piedras para poder comer. Le compramos varias piedras. Piedritas de su mano a mi mano. Me dice que una me la regala, que es una piedra que la escogió a ella y no al revés. Que a veces le pasa eso. Me quedan brillando las palabras en la mente. El dolor me brilla.
Lo miro a nuestro fiel traductor. Hasta cuándo va a trabajar acá en la mina, que le pregunte eso.
Otra vez ida y vuelta de palabras en quechua. Y la voz del minero, que es el dolor de Cirila, me contesta: "Dice que va a trabajar aquí hasta que se muera, porque no tienen otro lugar donde ir".
Por José Supera