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domingo, 22 de agosto de 2010

Potosí: con alta mortalidad, deserción escolar, falta de agua, caminos destartalados sin embargo del Cerro Rico y del cerro Salvadora en Llallagua

Como suele suceder, las jornadas épicas en la historia de una nación son difíciles de descifrar por los contemporáneos que las viven y sólo una visión alejada en el tiempo, y quizá también en el espacio, encuentre la medida más ajustada para explicar los sucesos.
Hace una generación, las explicaciones a las insurrecciones campesinas, a los levantamientos indígenas, culpaban a la barbarie de los indios, al salvajismo de los incivilizados, a los desagradecidos. Hoy se quiere acusar de las subversiones, de cualquier protesta, a los resentidos, a los neoliberales, a unas embajadas, a oficinas lejanas, a restos esqueléticos de oligarquías.
No es suficiente. Algo ha sucedido, algo sucede en Potosí para lograr esa movilización gigantesca que ha vencido las imágenes de pasados cabildos, los del millón, los de los dos millones, los movimientos de abril, junio o de octubre. Toca pensar qué fue, qué pasó, qué pasa para que estalle una poblada tan formidable, cuyas consecuencias terribles todavía no las adivinamos, en lo inmediato, en el largo plazo.
Quizá las explicaciones más simples sean los recordatorios históricos, porque son ya 500 años de desequilibrio. Como es sabido, un cerro rico dio de vivir a los mineros hispanos, a los encomenderos y hacendados, a los funcionarios, a los primeros bancos. De aquello quedaron despojos, iglesias con altares plateados, una casa de monedas, museos varios. Ni siquiera en el nuevo siglo hay reclamo oficial por los restos de naufragios repletos de joyas y plata potosina que ahora se apropian los mismos que se las apropiaron hace cinco siglos.
Potosí tiene todo y no tiene nada. Desde el sur fronterizo con Argentina, los Chichas floridos y repletos de minerales diversos, el salar más impresionante del mundo, los Lípez ambicionados por vecinos con sus lagunas de colores, sus montañas mágicas y sus paisajes ambarinos, la Macha triguera y su tinku, hasta la cadena de minas norteñas rodeadas de los ayllus. La recuperación nacional en el siglo XIX fue con la plata del sur. El florecimiento de Oruro y La Paz durante décadas en el siglo XX fue por el norte potosino, La Salvadora, que dio de comer a tres generaciones de bolivianos y divisas por más de 70 años.
Potosí también tiene zonas cálidas, desde la frontera cochabambina hasta Toro Toro, tiene sembradíos de tubérculos, verduras y hortalizas. Tiene frutas, tiene vino. Absorbe la mayor cantidad de turistas que llegan con destino exclusivo; sin embargo, Potosí tiene los indicadores de desarrollo humano más bajos, la mortalidad materno-infantil más alta, deserción escolar, falta de agua potable, caminos destartalados, aun aquél que lleva a la entraña de la montaña de plata, y el otro hasta Llallagua.
Hace tres años escribí que Potosí era el departamento con más posibilidades y derechos de autonomía. Bolivia vivió, aún vive de Potosí. Ahora se han desatado furias por promesas incumplidas, cansancios por décadas de miseria, planes que exportan gas afuera y no dan energía a los hogares empobrecidos. Hay que caminar por Potosí para sentir el invierno temido para preguntarse cómo viven los niños. Las expectativas siguen insatisfechas. Ni siquiera la comunidad natal del ex senador Santos Ramírez ha mejorado. La protesta potosina tiene un significado que no se resume en un titular.

* Periodista e historiadora (Autora: Lupe Cajías. Medio: El Deber de SC)


el jesuíta Albó se ha mostrado siempre partidario de EVO y lo apoyó "en las buenas y en las malas" ahora aparece crítico y se refiere al tema frontera


Xavier Albó
es antropólogo lingüista y jesuita.

Potosí mucho nos enseñó y confirmó. Daría para muchas columnas. Aquí me fijaré en el tema de las fronteras en conflicto. Qué adjetivo añadirle: ¿innecesarias?, ¿bloqueadoras?, ¿estúpidas?, ¿matadoras? Pensando en la solución, me quedo con “superables”.

Todo el lío de Potosí empezó por un conflicto de límites entre Coroma (Potosí) y Sivaruyo (Oruro), por el cerro Pahua, que es un almacén gigante de piedra caliza para cemento. Este pleito tiene raíces por lo menos coloniales, cuando el recurso apetecido eran simplemente terrenos de cultivo o pastoreo, como en tantos otros conflictos entre ayllus y comunidades. Ahora, con la caliza, el pleito se ha amplificado a los dos departamentos involucrados.

Límites indefinidos e incluso bien definidos si además albergan recursos apetecidos por ambas partes son un excelente caldo de cultivo para conflictos y ambiciones desde niveles locales hasta los internacionales.

En la historia local reciente, dos provincias tarijeñas se pelearon por un pozo de petróleo y, obviamente, las regalías y pegas que pueda generar. En Inkawasi, entre los departamentos de Santa Cruz y Chuquisaca, pasó lo mismo. Y, a nivel internacional, nuestra Guerra del Chaco entre Bolivia y Paraguay en 1932-35 fue por el petróleo; y antes la del Acre, por la goma 1899; y la del Pacífico, por el salitre, cobre y otros minerales, y de yapa, aunque no fuera el detonante, el mar.

Una buena delimitación siempre puede ayudar. Con las titulaciones de la Reforma Agraria de 1953 se minimizaron muchas guerras entre ayllus y comunidades a lo largo y ancho de los Andes. Los conflictos crónicos entre laymis y qaqachakas, también por sus territorios agropecuarios, se habían agravado por la falta de límites departamentales precisos desde la época colonial y parte de la solución (al menos de momento) ha sido realizar la delimitación pendiente con apoyo de las instancias correspondientes del Estado.

Se añade además la necesidad de una ley de límites, que ahora se está acelerando a propósito de este conflicto, pero no sólo por ello. Limitándonos al nivel municipal, me cuentan los entendidos que hay más pleitos pendientes que municipios, aunque muchos de ellos se mantengan latentes en un momento dado. Mejor así, pues, como dijo algún sabio, las normas se deben concertar en tiempos de paz para que se apliquen en tiempo de guerra.

Pero en esa ley y, en general, en el manejo de estos conflictos, yo siempre añadiría un inciso que dijera algo así como: “cuando el conflicto de límites se amplifica por la existencia de un recurso importante para las partes contendientes, se priorizarán aquellas soluciones que mejor aseguren su aprovechamiento por ambas partes”.

Así ocurre ya en casos de aguas binacionales, como en el lago Titicaca y en tantos ríos fronterizos. Pero el principio podría generalizarse a otros casos.

Se acercan a ello soluciones salomónicas como la de este caso: una fábrica de cemento para cada departamento (¿y municipio?) implicado. O dos de cítricos en Caranavi y Alto Beni…

Podríamos dar aún otro paso cualitativo. Por ejemplo, lograr un proyecto común único y compartido. Debemos aprender a pasar de las sumas cero (1-1 = 0) a las combinaciones multiplicadoras: 1.1.1 = 5 o más.