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martes, 24 de enero de 2012

tenía que ser Pedro Shimose desde Madrid que diera en el clavo cuando muestra el problema de la mendicidad de potosinos en la ciudad de Santa Curz. es hora de encontrar soluciones reclama el poeta.


Potosinos del norte en  demostración folklórica

El periodista Juan José Toro Montoya publicó un artículo titulado Mendigas y estereotipos (Los Tiempos, 22/12/2011) en el que empieza por decirnos que “Bolivia es un país estereotipado y de estereotipos”. Entre esos estereotipos señala aquel que define a Bolivia como un país andino, altiplánico, o sea, un país de cultura andinocéntrica, “concentrada en torno a los pueblos quechua y aimara”. Y añade que “esa catalogación molesta a los habitantes del oriente boliviano”. ¿Por qué nos molesta? Porque “los habitantes del oriente boliviano” no somos quechuas ni aimaras, pero somos bolivianos y nos molesta ser excluidos, ninguneados y borrados del mapa.
Después el periodista potosino comenta algunos reportajes difundidos en canales de TV cruceños sobre “la presencia de mendigos en Santa Cruz, en los días previos a la Navidad”. En dichos reportajes, “muchas respetables señoras orientales expresan su profundo disgusto por el hecho de que las ‘mendigas potosinas’ (sic) ocupen las veredas de las anchas calles de la capital económica de Bolivia”. Sin justificar el tópico que hiere “la dignidad de los potosinos”, intentaré explicar por qué el cruceño común –y no solo las “respetables señoras orientales”– asocia la mendicidad callejera a Potosí.
El cierre de cinco minas nacionalizadas ubicadas en el norte del departamento de Potosí, en los años 80, fue una solución draconiana. Pocos fuimos los que calificamos aquella ‘solución’ como un grave error cuyas consecuencias afectarían nuestro futuro. Como vemos, el futuro ya está aquí, instalado en los cocales de Chapare y Santa Cruz, en las mafias del contrabando y la droga, y en las calles de La Paz, El Alto, Cochabamba, Tarija y Sucre. Por otra parte, la migración masiva de exmineros a Santa Cruz, Beni y Pando es el efecto no deseado de aquellas medidas. Alrededor de 100.000 potosinos (si tomamos en cuenta a toda la parentela de los 23.000 desahuciados) fueron abandonados a su suerte por el Gobierno centralista de La Paz. Un gran porcentaje de esa masa humana fue desplazado “en camionadas” a Santa Cruz. De ahí nace el estereotipo de que todos los mendigos aparecidos, desde entonces, en Santa Cruz de la Sierra, Cotoca, Montero, Portachuelo, Roboré y Yapacaní son potosinos.
Toro Montoya señala, para mi sorpresa, que del norte potosino siguen saliendo “legiones de mendigas (sic) con el propósito de conseguir sustento en las Pascuas” (¿solo por Pascuas?). Pero el análisis de Toro se queda corto cuando pide que, “en vez de estereotipar a los potosinos (como zampalimosnas), lo que tendríamos que hacer es encontrar soluciones al problema global de la pobreza existente en nuestro país que es la que ocasiona esos cuadros”. Así es o así debería ser, pero aunque quisieran, la Gobernación y las alcaldías cruceñas no pueden resolver este problema porque, desde hace años, han visto recortado su IDH mientras sigue creciendo desmesuradamente el número de ‘colonos’ e inmigrantes andinos desplazados a Pando, Beni y Santa Cruz. El cierre de las minas potosinas, de hace 25 años, explica por qué algunas “respetables señoras orientales” asocian la mendicidad en las calles de Santa Cruz a la migración potosina. No hay regionalismo de fondo ni animadversión contra los potosinos.
Dicho esto, ¿qué hace el Gobierno centralista? Fomentar e incrementar –con artimañas políticas– la migración de aimaras sin trabajo al oriente boliviano para que se busquen la vida. ¿Qué son sino los movimientos sociales denominados ‘movimiento sin tierra’, colonizadores/cocaleros y movimientos interculturales? Y esto no es un estereotipo. // Madrid, 24/01/2012.
* Escritor