Un día como hoy, el 10 de noviembre de 1810, hace 205 años, quienes vivían en las faldas del Cerro Rico de Potosí abocados a las labores mineras y las muchas actividades que giraban a su alrededor, decidieron romper los vínculos que los unían al régimen colonial español y sumarse al movimiento que desde Buenos Aires proclamaba la creación de una unión independentista.
El gesto revolucionario de los potosinos de aquel entonces tuvo una trascendencia muy peculiar porque Potosí ya era, como lo es desde hace más de 500 años, una fuente de riqueza tan grande que alrededor de su posesión se desencadenaban las más intensas pasiones y pugnas. Muchos de los hilos que se movían desde Madrid, pasando por Lima y Buenos Aires, tenían como principal objetivo mantener, en unos casos, y conquistar, en otros, el control de tan fabulosa fuente de poder económico.
205 años después, como las noticias cotidianas lo confirman, Potosí y sus habitantes no han logrado superar del todo las relaciones traumáticas causadas por el contraste entre su privilegiada posesión de abundantes riquezas minerales, por una parte, y su desfavorable ubicación geográfica, por otra, lo que en gran medida explica una paradójica y todavía no resuelta relación entre riqueza y pobreza.
No es fácil para Potosí ni para el gobierno nacional –el actual como todos los anteriores— hallar una fórmula capaz de superar esa situación. Lejos de ello, y como si de una maldición histórica se tratara, Potosí sigue siendo una de las principales fuentes de ingresos para el erario público, pero sigue sin hallar la fórmula capaz de transformar esa riqueza en bienestar para sus habitantes.
Un reflejo de ello es el hecho de que los principales actos conmemorativos sean siempre una mezcla de manifestaciones de protesta y de festejo, de reclamos y agradecimientos dirigidos al gobierno central.
Felizmente, y aunque todavía lejos de lo que sería de desear, algunas señales esperanzadoras se han podido ver últimamente. Un ejemplo es la decisión gubernamental de vencer su anterior resistencia a la participación de capitales privados para la modernización de la minería potosina. En efecto, gran parte de los esfuerzos hechos hace poco en Nueva York para atraer inversiones extranjeras ofrecen a Potosí como su principal destino mediante grandes proyectos mineros como Mallku Khota, Santa Isabel, el yacimiento de polimetálicos de la meseta de Los Frailes, la planta de fundición y refinería de zinc y la planta de ácido sulfúrico para el Complejo Metalúrgico Karachipampa. Se espera que entre los cinco logren atraer unos 1.300 millones de dólares.
Si a ello se suma la posibilidad de construir en territorio potosino dos plantas eléctricas, una hidroeléctrica y otra solar que proyectarían a Potosí como un departamento exportador de energía, mejoran ciertamente las posibilidades de que Potosí vea con más optimismo su futuro.
Es de esperar que así sea, entre otras razones, porque si hay algo que se ha mantenido constante durante los últimos siglos es la indisoluble relación entre la suerte de Potosí y la del país