Vistas de página en total

jueves, 23 de abril de 2015

potosino ilustre, abogado, escritor, linguista y catedrático universitario Waldo Peña fue un comunicador vocacional. su verbo pleno de adjetivos contra la corrupción y los corruptos, parco en la alabanza fustigó a los políticos "con escalpelo" desnudando sus flaquezas.




Waldo Peña Cazas contra la corrupción

 Mauricio Aira


Acaba de dejar el mundo de los vivos, Waldo descansa en paz para jolgorio de los corruptos a los que combatió desde sus columnas en Los Tiempos y al menos  desde  dos de sus obras, “Con Escalpelo” subtitulada Biopsia Social sin Anestesia y su ensayo sobre la corrupción en Bolivia y el Mundo, que tituló “Teoría y Práctica de la Corrupción”.

Mantuve una relación de potosino a potosino, desde cuando su padre Nicolás Peña fuera mi profesor de Filosofía en el Colegio Nacional Pichincha de la Villa Imperial. Adusto, serio hasta la parquedad, “el maestro” se empleaba a fondo para que pudiésemos entender de qué trataba su materia, esto es el estudio del psiquis esa forma invisible que habita en el ser y que motiva nuestra conducta, nuestros afectos y tendencias, nuestras virtudes y defectos, vaya si lo lograba, no en vano obtuvo tantas distinciones. Waldo heredó esa rectitud indomable origen quizá de la misión que se impuso en su labor comunicacional el combate abierto y despiadado contra la corrupción y por ende los corruptos.

Con frecuencia condenaba a los políticos a los que clasificó como los corruptos virtuales, su furia se volcó contra los líderes de todos los partidos a los que denostaba sin cesar, aunque también supo distinguir a personajes de probada honestidad como don José Granda, uno de los extraordinarios españoles que tomó por morada nuestra Patria después de su periplo por Cuba, Panamá, Colombia y Venezuela según lo refirió Waldo confiriéndole una aureola, bien merecida de héroe.

Modesto y sencillo consigo mismo, se lamentó muchas veces de la circunstancia del comunicador que “se ve obligado a picar de todo un poco” cuando aborda temas generalmente complejos en su tarea periodística, aún cuando sus méritos en lingüística, inglés, historia y narración así como en la cátedra que regentó por décadas lo muestran como un estudioso, sus textos comprimidos en sus obras resultan un deleite y repasándolos nos trasportamos a otros momentos de nuestra historia y hasta logramos hacer nuestras sus percepciones a veces puntillosas otras también jocosas.

Son frecuentes y enriquecedores sus aportes lingüísticos no sólo en el castellano, sino en el inglés que estudió en Estados Unidos y que dominaba plenamente, o los de historia, matizados con anécdotas relativos a la Villa Imperial, a la creación de la República, al hecho político que desentrañaba a cabalidad. Sentía un sano desprecio por los que detentaban el poder, juzgándolos corruptos o muy cerca de ello.

Siempre supo que sus críticos le culpaban de ser agrio, sardónico, despreciativo y odiador, no tenia empacho en admitir su naturaleza crítica, sobrio en el aplauso, se enfrentó sin pudor al poderoso desafiando la furia de los mandamases, cerca estuvo de ser encerrado, expulsado o silenciado aunque también contó con amigos sinceros  y consientes de su honestidad, valentía y desparpajo. 

La única vez que aceptó un cargo público en el Ministerio de Finanzas fue a invitación de Gloria Sánchez de Barrientos por entonces Directora Nacional de la Aduana, condicionando su participación a una administración prístina del más conflictivo instrumento de Recaudación de Impuestos que ha tenido y tiene Bolivia. Como era de esperar Waldo Peña pronto regresó a la realidad del columnista, su máquina de escribir y sus visiones. La administradora de Aduanas tampoco perduró en el cargo, la corrupción y el elitismo corrupto y contagioso terminaron por desalojarla de su sitial.


Por último si algo tienen en común Alfredo Medrano, Ramón Rocha y Waldo Peña es, o fue  su afición por la comida criolla y su gran desprecio por la chatarra, incluidos chorizos y embutidos de dudoso contenido, quizá por ello Waldo apreciaba tanto que nuestras tertulias transcurrieran en “el restaurant Cantinflas de Sacaba” en medio de una chanka de conejo o un costillar de cordero rociados de una “paceña” entre el sonar estrepitoso del cubilete.

martes, 21 de abril de 2015

ilustre potosino merece todos los homenajes. es Waldo Peña que escribió columnas por más de 30 años y ensenó inglés y matemáticas...Waldo nacido en Potosí formó parte de privilegiado grupo de pensadores según Ramón Rocha.

Es necesario reagrupar lo que escribió para memoria de los jóvenes. Puestos a leer su obra en conjunto se conocerán mejor sus tendencias, un homenaje que debemos a un maestro tan ilustre que pasó a mejor vida..
Murió Waldo Peña Cazas y con él una época entre las columnas de este prestigioso diario. Pocos como él cultivaron una prosa tan cuidada, un respeto por la palabra y esa estética del escepticismo que fue su característica. Desde que lo conocí, nada, ningún proceso social lo entusiasmaba porque siempre tenía el ojo crítico puesto en él y tenía demasiada experiencia como para creer en algo.
Yo creo que Waldo Peña Cazas, el popular Pato que animaba la tertulia del Café Espresso de la Catedral, era un agnóstico conspicuo, dos palabras difíciles que sólo aluden a quien no cree ya en nada porque todo lo vivió.
Recuerdo que, en alguna oportunidad y siempre de buen humor, decidimos con mi carnal Alfredo conformar un grupo de los que ya no queríamos ir a Cuba, debido a que menudeaban las invitaciones a la isla pero ninguna nos tocaba, con lo militantes fervientes que éramos de aquella revolución. Le propuse esto a Waldo y, quitándose la boquilla del cigarro de la boca, me dijo que había una dificultad: Yo ya viajé a La Habana, pero antes de la revolución.


Así era este ilustre potosino que un buen día decidió afincarse en Cochabamba, junto a su distinguida esposa y su bella hija, y nunca más se movió. Se lo veía transitar por el café, frecuentar a viejos amigos, siempre presto a discutir y abordar temas con amigos y amigas, pero en todo momento con esa sonrisa escéptica que lo caracterizó. Su juicio crítico era inapelable y así se consagró en las letras bolivianas.
Pienso que una tarea urgente de este matutino y del Cronista de la Ciudad es rescatar sus columnas, que mantuvo por lo menos durante 30 años. Con él y Alfredo ya son dos viejos columnistas que partieron hacia el Más Allá y quizá sólo quedamos Paulovich y este servidor, entre los viejos digo.
Nunca vi que Waldo se alterara; incluso al sentirse indignado sabía hacerlo con calma, con esa civilidad que lo caracterizó en vida. Podía manifestar su desacuerdo con una posición, pero siempre lo hacía con calma, en esa suerte de diálogo socrático que tenía, como en Galeano y Borges, de la intimidad la falta de énfasis.
Eran épocas en las cuales mi carnal Alfredo me llevaba de la nariz a conocer personajes de la más variopinta catadura; no sólo artesanos interesantes o ciudadanos de a pie, que no leían ni los letreros, sino intelectuales de peso como Waldo, que, cómo no, llegó a ser un gran amigo de Alfredo. Gracias a él conocí a Waldo y me precio de ello. Quizá nunca nuestra prosa se iguale a la que cultivaban ambos, cristalina como agua del arroyo; decidora y elocuente como un conjunto de máximas.
Se fue Waldo y hay que aprestarse a partir, porque nos vamos a quedar solos.
Waldo vivió en los Estados Unidos, conoció Puerto Rico y, para mi sorpresa, La Habana cuando todavía gobernaba Batista y la hermosa isla era el sitio de recreo del Caribe. De allá se trajo una imagen desencantada del imperio y de la revolución, que trasunta el conjunto de su obra. En particular fue un crítico sagaz de la sociedad moderna, porque las impresiones que vivió en su juventud nunca lo abandonaron. Se retiró a Cochabamba y desde aquí escribió sin parar columna tras columna, y alguna vez ganó un premio de ensayo y su obra está inmortalizada en libro, pero es necesario reagrupar lo que escribió para memoria de los jóvenes. Puestos a leer su obra en conjunto se conocerán mejor sus tendencias, un homenaje que debemos a un maestro tan ilustre que pasó a mejor vida.