Me río de los contagiados con VIH deambulando por Llallagua donde sólo una monja los socorre. Me río de los ayllus en Macha que aún sueñan volver a ser grandes...
Los potosinos me dan risa, me da risa Potosí, su historia y su realidad. Carcajeo cuando recuerdo que el descubrimiento del Sumaj Orko fue el articulador histórico de esta patria que llamamos Bolivia. Tantos mitayos de 14 ayllus dejando sus osamentas para la comedia capitalista.
Comparto la risa por los salarios ensangrentados de los mineros para construir la carretera a Santa Cruz. ¡Qué tontos! No se dieron cuenta que por la misma vía saldrían como mendigos para buscar un cato, una construcción, un minibús.
Tanta risa se agolpó cuando conocí el páramo de Estación Avaroa y a ese anciano estúpido con su tricolor diciendo: ¡Somos los centinelas de las fronteras! Mientras el viento se llevaba su gastado gorro verduzco y a lo lejos la arena formaba ilusiones óptimas como de batallones, como de guerreros. Tarado, era el único habitante y la única bandera.
Dibujé una sonrisa al ver la foto de la niña Santa Apolonia con sus pies quemados por recorrer el hielo desde su amada Quetena Grande llevando el cuerpo sin mortaja de su hermanita. ¡Qué tonta! No tener dinero para ir en su avioncito, como aconseja aquel que no quiere darle un aeropuerto.
¿Alguien condecoró al campesino de Esmoruco por correr kilómetros para entregar el ánfora electoral a tiempo? Me río de su fe en la democracia, como me río de la comunidad que trasladó su cementerio sagrado para que Soros y sus amigos se llenen de plata con San Cristóbal.
Y esos de Lípez, que tanto se empeñaron en ser bolivianos o esa familia que resiste los 29 grados bajo cero en Laguna Colorada, sin enterarse de los geiser que retratan los miles de turistas que pagan itinerarios en Berlín o Moscú. Los de más allá que viven 360 días del año con los peores indicadores de Desarrollo Humano de Bolivia pero, qué risa, por ahí pasa el raudo Dakar lleno de ponchos y de ponches.
Me mato de risa de los de Quijarro ajenos a esos avisos mundiales que muestran al Salar de Uyuni como paisaje único, que se divisa desde la luna, más famoso que todos los presidentes juntos.
Me río de los contagiados con VIH deambulando por Llallagua donde sólo una monja los socorre. Me río de los ayllus en Macha que aún sueñan volver a ser grandes productores de trigo. Me río de esas criaturas laimes con daños cerebrales que ya no tienen el centro donado por parroquias europeas. Me río de los de Chaqui y su índice de pobreza del 95,64 por ciento y los de Tacobamba porque sólo el nueve por ciento accede al agua y los de Pocoata que gozan de la mucha inversión y ahora ya más del uno por ciento accede a la electricidad.
Me río, pues, de esos señores que firman decretos sin conocer su país.
La autora es periodista.