Nunca se deja de mencionar el Sumaj Orcko como paradigma de riqueza, pero tampoco desaparece la pobreza que se extiende a sus pies. Cuando se observa de cierta distancia, parece un cono perfecto. El sol de la tarde dora lujosamente sus aristas. De su imponente figura se desprende cierta sensación de serenidad. Pero no hay que verlo desde Pailaviri. Es mejor llevarse en la retina la mole fantástica y no la ruinosa faz explotada que se ve de cerca.
“La Gran Villa Imperial de Carlos V”. ¡Qué espléndido nombre! Ahí cerca, casi al pie mismo de la montaña de plata, está Cantumarca. Fue escenario de intensa vida durante la colonia; hoy se menciona sólo para referirse a un recinto carcelario.
Ricardo Palma, el original creador de Tradiciones Peruanas, cuenta que justamente allí, a mediados del siglo XVI, un soldado español cobró su dignidad en las orejas del alcalde que lo había ofendido. Sabrosa crónica narrada con picaresca ironía. Además de la explotación minera, en otras historias y leyendas figura Potosí.
¡Quién creyera! También es la tierra de los elefantes blancos. El mismo Sumaj Orcko no deja de serlo, aun siendo el más antiguo y famoso; el emporio de riqueza para otra gente. En Karachipampa y La Palca, una buena millonada está tirada. El litio y el Silala, no son sino riquezas potenciales ilusorias. Ante esta realidad es inevitable recordar aquella simbólica parodia de un mendigo sentado en una silla de oro.
Cualquier camino por “Las tierras del Potosí” conduce al encuentro de pueblos fantasmas. La baja densidad demográfica y el nivel también bajo de desarrollo humano, explican la constante migración a otros lugares de Bolivia y fuera de ella, y también la supervivencia de organizaciones anacrónicas como los ayllus, con notoria belicosidad ancestral. Aquí aún no ha llegado la democracia. No existen ciudadanos, sólo sujetos colectivos: la base social de los caudillos. En tiempo electoral todos son masistas.
“Y mentidme a mí, ahora, mentidme”, como decía el poeta. El papa Francisco abogó con vehemencia por el diálogo; Bolivia llevó su demanda marítima hasta La Haya pidiendo diálogo de buena fe. Hace dos semanas ya que Comcipo, tras cruzar en sacrificada marcha el helado páramo altiplánico, llegó a La Paz buscando diálogo, pero con el “dueño del circo” y no con los ineficientes empleados ministeriales ni con el desdeñoso subrogante eventual. Con Evo, con el que concentra todo el poder político en sus manos.
En Potosí es el candidato siempre victorioso, y por incomprensible empecinamiento no les quiere escuchar ahora; sólo la profusa gasificación policial les salió al encuentro. El “Patrimonio Natural y Cultural de la Humanidad” se está hundiendo; no hay aeropuerto internacional; la fábrica de cemento, pura promesa; la delimitación interprovincial e interdepartamental con Oruro, tareas postergadas. De esto y otros asuntos concernientes al desarrollo económico quieren hablar. Se ha dicho que el 98 por ciento está cumplido y “no hay nada que dialogar”. Aunque así fuera, la renuencia es como dar con las puertas en vez de acoger la solicitud para esclarecer las cosas. Lo cortés no quita lo valiente.
El autor es escritor potosino.
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