Seguramente que ni el propio Gobierno central se imaginó siquiera los cambios que seguirían a una ostensible baja de intensidad en la confrontación entre oriente y occidente.
Sabemos ya cómo el oficialismo redujo los decibeles de esta lucha a débiles e incoherentes brotes tonal-regionales. Santa Cruz es un ejemplo conspicuo de tal resultado. Con tramas alusivas a ‘separatismo’ y ‘terrorismo’, que le sirvieron de munición para disparos procesal -penales contra sus adversarios, desde Palacio de Gobierno, el Movimiento al Socialismo poco menos que inmovilizó a la oposición regional cruceña. Hizo igual cosa en Pando y Beni.
Ocurre ahora que la confrontación brota de forma furiosa en los propios lares sociales y políticos del instrumento político gobiernista. Tiene por hoy como principal protagonista antigubernamental a un Potosí que alega haber sido defraudado en sus demandas regionales por un Gobierno al cual favoreciera mayoritariamente con su voto en pasadas y recientes consultas populares. Y por un irresuelto problema de límites y la explotación de un rico yacimiento de piedra caliza con su vecino potosino, en Oruro ha empezado el redoble de los tambores de la conflictividad.
Lo peor para la gestión del presidente Evo Morales es que el citado desplazamiento geográfico del ininterrumpido ciclo de conflictos que vive el país desde hace más de cuatro años, estimula acciones de apoyo y solidaridad en casi todas las regiones del país. En Santa Cruz, los líderes de la protesta eran ‘oligarcas’ que supuestamente financiaban al grupo ‘terrorista’ de Rózsa con fines ‘separatistas’. En Potosí, los cabecillas de las masas populares que le enseñan el puño a los gobernantes de turno son unos tipos ‘vendidos’ a la derecha, como prueba de lo cual, en conferencia de prensa, el vocero del régimen identificó a algunos de ellos como militantes del MNR, MIR y AS.
La causa real de los sucesos de Potosí y de los que en forma parecida pudieran darse en otras partes del altiplano, ampliando el desplazamiento de la confrontación de oriente a occidente, son esencialmente de tipo estructural y no político. Es muy difícil aceptar que algunos miembros de la ya poco vigente partidocracia ‘neoliberal’ tengan la suficiente fuerza de convocatoria como para atiborrar las calles céntricas de la Villa Imperial con más de cien mil ciudadanos, en su mayoría indígenas y mestizos de clase social empobrecida. No son ni serían capaces de semejante portento. Son simples ‘rellenos’ de una masa embravecida.
En realidad, radican en el olvido y el rezago, así como en las carencias en ingresos y empleo las causas que realmente encandecen el clima político en una población potosina que ahora exige al Gobierno central que atienda sus pedidos regionales para que en dichos espacios tales problemas acusen una reducción progresiva.
Lo que pasa en Potosí tenía inevitablemente que darse. Cuando la postergación indefinida de las legítimas aspiraciones regionales, el desempleo y los bajos ingresos persisten, el paso del tiempo, en cualquier país del mundo, sobre todo en los subdesarrollados como el nuestro, equivale a protesta que se desborda y a fuego que incinera poco a poco imagen y credibilidad gubernamentales. Ambas cosas no permanecen invariables cual estalactitas en la cueva del tiempo.
Ésa es una lectura posible del prolongado y duro conflicto desatado hace más de dos semanas en Potosí y que hasta ayer, cuando dificultosamente el diálogo parecía abrirse camino, mantenía a su ciudadanía inmovilizada y desprovista de lo esencial para la diaria subsistencia y en vilo al resto del país que clama porque de una vez por todas se allanen los obstáculos que impiden el retorno a la normalidad en aquel hermano departamento.
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