El ministro de la Presidencia, Óscar Coca, debe tener muchas virtudes para haber sido nombrado el funcionario de alta jerarquía más cercano del presidente Evo Morales.
Sin embargo, públicamente, ha mostrado una locuacidad carente de un elemental respeto y tacto en uno de los problemas más graves que ha enfrentado el gobierno de Evo Morales en todos sus mandatos: el prolongado conflicto de Potosí que reclamaba diversas obras al Gobierno, mediante huelgas de hambre, bloqueos de caminos y otras medidas. Esta situación duró largos y sufridos diecinueve días, en los que miles de personas decidieron sacrificarse ellas mismas para apoyar las exigencias de su comité cívico.
Muy pocas veces se vio una unión tan sólida de la sociedad de un departamento en un movimiento cívico y el apoyo de, literalmente, todos los potosinos repartidos por todos los otros departamentos. Cientos de personas en una huelga de hambre declarada y miles en una huelga de hambre tácita al final del conflicto por la escasez dramática de alimentos.
La gravedad de este conflicto es aún más grande porque ocurrió en el departamento donde Evo Morales ganó abrumadoramente elecciones, referendos y otros comicios; en un bastión del Movimiento Al Socialismo.
Ya en las primeras reuniones preliminares que tuvieron como desenlace la instalación del diálogo, Óscar Coca dio muestras de intransigencia y utilizó expresiones que no ayudaban, precisamente, a allanar el camino. En Sucre pudo haberse dialogado antes. Ante mineros curtidos por una vida durísima, obreros pobres que pedían mejorar, por fin, sus condiciones; campesinos que, luego de una existencia marginal entre los marginales, usaban sus recientes derechos, nadie que forme parte de un Gobierno popular y de cambio puede usar un lenguaje y tono altaneros como lo hizo Coca, sino de profundo respeto y humildad.
Terminado el conflicto, con las carreteras despejadas de sus barricadas, la vuelta al trabajo y con los acuerdos firmados, la conducta del Gobierno debía dirigirse a la recuperación de la confianza de una sociedad que lo enfrentó y, políticamente, a reconstruir la pérdida que le supone.
Pero, el ministro Coca hace lo contrario: se burla del movimiento con frases ofensivas a cuantos participaron en él, profundizando las heridas en lugar de curarlas y cicatrizarlas.
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