Potosí es la más completa síntesis de las paradojas, los conflictos interiores, las dificultades que encontramos para mirarnos a nosotros mismos
Si hubiera que identificar un sitio especialmente cargado de todo tipo de elementos simbólicos, probablemente Potosí con su Cerro Rico y su salar figuraría entre los más importantes. Y no sólo porque la abundancia de las riquezas minerales que contiene su suelo y subsuelo han alcanzado dimensiones legendarias, al punto de que el Diccionario de la Real Academia Española reconoce el topónimo “Potosí” como sinónimo de “riqueza extraordinaria”, sino también porque la palabra está íntimamente ligada, por lo menos en la conciencia colectiva boliviana, con la pobreza y todas sus más penosas manifestaciones.
Más notable aún es que tal paradoja no sea cuestión del pasado sino que mantenga tanta actualidad como cuando en el siglo XVI el Cerro Rico fue el origen de tan grandes fortunas para unos como de penurias para los millones de indígenas que murieron –y todavía mueren– en sus socavones.
No es casual por eso que un día como hoy, cuando Potosí conmemora el bicentenario del grito libertario del 10 de noviembre de 1810, afloren todos los sentimientos encontrados que produce la paradójica relación entre pobreza y riqueza que ese departamento ha tenido que padecer a lo largo de su historia.
Tan traumática y conflictiva fue desde sus orígenes esa relación entre riqueza y pobreza que siempre fue difícil distinguir los límites entre lo que es historia y lo que es fábula, entre la realidad y la leyenda. Y aún hoy, cuando ya no se trata de pensar en el pasado sino en el presente y futuro de Potosí y por consiguiente de nuestro país, tales elementos se mantienen tan confusos como durante los últimos cinco siglos, tanto, que las riquezas minerales de Potosí –principalmente el litio y el uranio– se prestan a tan fabulosas especulaciones como las que hicieron perder la cordura a muchos de quienes sucumbieron ante el brillo de la plata.
Mientras tanto, mucho más concretos que los recuerdos buenos y malos que deja la historia y que las fabulaciones de quienes derrochan imaginación para proyectar las riquezas potosinas a los próximos 5 mil años, están los fríos datos de la realidad, esos que una y otra vez ratifican que Potosí y sus habitantes siguen figurando entre los más pobres de Bolivia –y por consiguiente del mundo– y al mismo tiempo las riquezas minerales de ese departamento, tal como viene ocurriendo desde hace cinco siglos, se destacan entre las más cotizadas del planeta.
Potosí es pues hoy, tal como ayer, la más completa síntesis de las paradojas, los conflictos interiores, las dificultades que todos los bolivianos encontramos para mirarnos a nosotros mismos, reconciliarnos con nuestro pasado, entender nuestro presente y reconstruir nuestro futuro.
Que sea Potosí el departamento que con más decisión y generosidad haya apoyado durante los últimos años al proyecto político en actual proceso de ejecución, y que simultáneamente sea el que con más vigor sostenga una pugna con el poder central, es también un símbolo de lo que Bolivia fue, de lo que es hoy y de las dificultades que tiene para proyectarse al mañana.
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