Potosí es el mejor ejemplo que se puede utilizar para ilustrar que Bolivia es un Estado fallido y es, por supuesto, el mejor exponente también del fracaso del llamado “proceso de cambio” que impulsa el MAS. Las calles de las principales capitales del país siguen pobladas de mendigos potosinos y las regiones de donde provienen son, desde hace décadas, las principales expulsoras de emigrantes. Los labriegos, acobardados por la sequía y la pobreza más indigna que se pueda soportar en Bolivia, se van a Argentina a cosechar tabaco, algodón o caña, aunque también se los ve llegar al norte cruceño en época de la zafra azucarera. Que los ayllus del norte del departamento decidan “institucionalmente” dedicarse al contrabando de autos o al narcotráfico, forma parte de la misma desesperación por la supervivencia.
Potosí fue el soporte fundamental de la corona española en esta parte de América del Sur y cuando ya en la República, en manos de los hijos de quienes esquilmaron los recursos naturales potosinos, las minas de estaño de Oruro se volvieron más prometedoras que las vetas de plata del Cerro Rico. Potosí no sólo perdió su brillo económico sino también el poder que ejercía en tándem con Sucre. El Estado boliviano, a su vez, apenas dejó socavones vacíos y todo un pueblo con el futuro incierto.
El mismo modelo de Estado, centralista, indiferente y autoritario apenas cambió de domicilio. Ni siquiera El Alto, un verdadero gueto que observa desde arriba cómo las élites paceñas devoran los recursos que les arrebatan a Llallagua, a Vinto, a Camiri y a todas las regiones del país, ha podido siquiera recoger las migajas de la comilona. La Paz nunca podría parir un Montero, un Warnes, ni siquiera un Yapacaní o La Guardia, porque ese modelo sólo sabe acaparar y es el que ha dejado a los potosinos sin nada. Es el que se propone dejarlos sin litio, así como la gente de Puerto Suárez tal vez nunca saboree los beneficios del Mutún.
Quién lo diría, durante los últimos años Potosí ha estado viviendo un nuevo auge minero, gracias a los excelentes precios internacionales. Su gente casi ni se entera de la bonanza y lo poco que se ha podido aprovechar gracias al liderazgo de un potosino brillante y esforzado como René Joaquino, ahora se lo arrebata una ley dictatorial disfrazada de autonomía.
Los potosinos han sido tal vez los mejores aliados del “cambio”. Ni siquiera la constante fidelidad expresada en las urnas, que los llevó incluso a rechazar la autonomía en el 2006, ha sido garantía de la atención de un Gobierno que los usó, de la misma manera que lo hizo con los indígenas del oriente. Y el abandono de Potosí seguirá siendo el mismo, no porque este Gobierno sea insensible, sino porque con sus leyes y su política de hiperconcentración está perfeccionando el mismo modelo político que ha parido un fracaso tras otro en Bolivia.
Ahora los potosinos gritan “Federalismo”, como lo hicieron en el pasado. Ellos fueron los pioneros en plantear el cambio de paradigma. Tal vez ese factor sumado a la desesperación que implica la pobreza, la marginación y la postergación, sean mejores acicates que los gritos de autonomía que enmudecieron en otras partes del país.
Potosí pide Federalismo porque históricamente el Estado le falló. “El cambio” que trajo el MAS también los ha postergado.
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