Pocas veces en la historia, los metales preciosos embargaron tanto la atención de la humanidad como ahora. Cuando se opina del oro, pronto se hablará de la plata.
En un momento dado fue la plata que dio a Bolivia su fama y su prestigio inigualable como país minero, como productor de metales preciosos, como lugar de ilimitadas riquezas en el mundo.
La plata es conocida por los hombres desde tiempos inmemoriales. Tres mil años antes de Jesucristo, la plata jugaba un rol importante en Mesopotamia al lado del rey de los metales, al lado del oro.
El comercio español de plata con los fenicios es conocido en la historia económica y la gran riqueza de plata de los romanos también tenía su origen en España. Sugestivo es que en idioma español plata es equivalente de dinero.
Desde el mismo año 1492 existen estadísticas sobre la producción de la plata en escala mundial. América era un continente lleno de plata. En 1522 ya se transportaba plata desde México hacia la “madre patria”. En América del Norte, en Nevada, Utah, Colorado, California, Arizona, Montana, Idaho, New México, Oregón y Washington se descubrieron riquísimos yacimientos.
El maravilloso yacimiento del Cerro Rico de Potosí fue explotado sistemáticamente desde el año 1545. Fue algo fabuloso, la producción mundial de la plata se incrementaba de un momento a otro. El poderío y la riqueza de la corona española llegaron a límites inauditos. El Cerro Rico fue la cumbre de la prosperidad y a su pie la famosa ciudad de Potosí, la Villa Imperial, una de las más célebres urbes del mundo entero.
La fama de la Casa de la Moneda llega hasta los últimos rincones del mundo. Potosí cobró particular importancia cuando en 1571 se introducía el proceso de amalgamación en nuestro país, originalmente descubierto por Bartolomé de Medina en 1560. Sistemáticamente, los españoles explotaban la plata en las minas potosinas y otras de la región, del Perú y de México, y es ingente la cantidad do plata boliviana que encontró el camino hacia las bóvedas españolas.
Las joyas de plata son ahora tan apreciadas como lo fueron hace miles de años. En la química, en la construcción de aparatos para la medicina y otras ciencias, en las naves espaciales, en la electrotécnica, en la fotografía y en la fabricación de espejos, ante todo en la fabricación de productos farmacéuticos la plata es irreemplazable, y como moneda es apreciada en todo el mundo.
A partir del descubrimiento de la plata del Cerro Rico de Potosí en 1545, se considera que esta era de la plata tiene más de 500 años. En su verdadera dimensión, se puede decir que fue el yacimiento de plata más grande del mundo. Un viejo adagio español sostenía en su tiempo que se podía construir un puente de plata desde Potosí hasta España.
Una relación de la importancia de este yacimiento de plata, indica que en los siglos 17 y 18 Nueva York y Roma tenían una población de 45.000 habitantes. París y Amberes 50.000, Lima capital del Virreinato del Perú tenía 29.000 habitantes, llegando a establecer que Potosí tenía un auge económico con una población de 160.000 habitantes.
La plata de Potosí geopolíticamente cambió las estructuras socioeconómicas de toda esta región latinoamericana convirtiéndose en el poder económico más grande del planeta para España y los bancos de los países circundantes como Inglaterra, Alemania, Francia, etc.
Entre 1752 a 1772 se construyó la Casa de la Moneda en Potosí para el acuñamiento de monedas en ese bello monumento histórico que hasta hoy permanece como un centro turístico.
La plata de Potosí llegó al extremo de cambiar el nombre de la ciudad de Charcas en ese tiempo por el de la Ciudad de la Plata. De la misma manera, se instituyó el nombre del río de la plata. Al fundar la provincia de Buenos Aires, se denominó su capital la Ciudad de la Plata. Para concluir se fundó la República Argentina con ese nombre científico, de la plata “Ag” Argentium.
Una vez más se ha confirmado que la negligencia de las autoridades del sector minero bien merece ser calificada como criminal. Ya no es sólo el Cerro Rico el que está en riesgo, sino las vidas de miles de personas
Un nuevo hundimiento se ha producido el pasado miércoles en la cima del Cerro Rico de Potosí, lo que ha vuelto a dar actualidad a un tema que desde hace ya muchos años figura en la agenda de asuntos pendientes sin que las autoridades del sector minero le den al asunto la importancia que merece.
A diferencia de todos los hundimientos anteriores, este último ha cobrado la vida de dos mineros, fatalidad que era previsible dadas las condiciones de alto riesgo en que se realizan las labores extractivas. Como se recordará, las advertencias sobre la posibilidad de que algo así ocurriera son tan antiguas y frecuentes como las noticias que regularmente dan cuenta del paulatino desmoronamiento del Cerro Rico desde junio de 2010, cuando se produjo el primer hundimiento. A partir de entonces, el Comité Cívico Potosinista (Comcipo) ha mantenido en alto su voz de advertencia ante la inminente posibilidad de que el Cerro Rico de Potosí termine de colapsar de un momento a otro.
Sin embargo, tal como viene ocurriendo desde hace siete años, cuando por primera vez se planteó la urgente necesidad de suspender toda actividad encima de la cota de los 4.400 metros, que marca el área de máxima vulnerabilidad, los mineros cooperativistas se niegan a dejar de explotar la cima del cerro sin que haya autoridad estatal capaz de poner un límite a tan poderoso sector.
El Ministerio de Minería y Metalurgia, por ejemplo, desde hace muchos años que hace recurrentes declaraciones de buenas intenciones y de anuncio de medidas para imponer su autoridad sobre las 17 cooperativas que se han apropiado de la cúspide del Cerro Rico, pero hasta ahora ha podido más la capacidad de presión de ese poderoso sector que actúa impunemente por encima de las leyes vigentes en nuestro país.
Mientras tanto, la Unesco vanamente sigue enviando misiones de expertos para que asesoren en la estabilización y conservación del Cerro Rico. Misiones estériles, pues no hay en Bolivia quién tome en cuenta sus recomendaciones. Y tampoco han servido los reiterados anuncios sobre el inicio de procesos penales contra funcionarios del Ministerio de Minería por la manera negligente como eluden su obligación de evitar que se produzca la tan anunciada calamidad.
Es verdad, como sostienen voceros gubernamentales, que algo se está haciendo, pero no es menos cierto que eso no es suficiente, como los hechos lo demuestran. Es que es tan grande el deterioro de la estructura cónica del cerro después de casi 500 años de continua explotación que de muy poco sirven las obras que se hacen para evitar el previsible desastre.
Ante tal situación, y en vista de que ya han comenzado a contarse las primeras muertes, no resulta exagerado calificar el caso como un crimen en pleno proceso de ejecución. Y no sólo porque según los mandatos de la Unesco la destrucción del Cerro Rico merecería ser calificada como “crimen contra el patrimonio común de la humanidad”, sino porque un colapso de las dimensiones que se vaticinan pondría en muy serio riesgo la vida de varias decenas de miles de personas.
Un nuevo hundimiento se ha producido el pasado miércoles en la cima del Cerro Rico de Potosí, lo que ha vuelto a dar actualidad a un tema que desde hace ya muchos años figura en la agenda de asuntos pendientes sin que las autoridades del sector minero le den al asunto la importancia que merece.
A diferencia de todos los hundimientos anteriores, este último ha cobrado la vida de dos mineros, fatalidad que era previsible dadas las condiciones de alto riesgo en que se realizan las labores extractivas. Como se recordará, las advertencias sobre la posibilidad de que algo así ocurriera son tan antiguas y frecuentes como las noticias que regularmente dan cuenta del paulatino desmoronamiento del Cerro Rico desde junio de 2010, cuando se produjo el primer hundimiento. A partir de entonces, el Comité Cívico Potosinista (Comcipo) ha mantenido en alto su voz de advertencia ante la inminente posibilidad de que el Cerro Rico de Potosí termine de colapsar de un momento a otro.
Sin embargo, tal como viene ocurriendo desde hace siete años, cuando por primera vez se planteó la urgente necesidad de suspender toda actividad encima de la cota de los 4.400 metros, que marca el área de máxima vulnerabilidad, los mineros cooperativistas se niegan a dejar de explotar la cima del cerro sin que haya autoridad estatal capaz de poner un límite a tan poderoso sector.
El Ministerio de Minería y Metalurgia, por ejemplo, desde hace muchos años que hace recurrentes declaraciones de buenas intenciones y de anuncio de medidas para imponer su autoridad sobre las 17 cooperativas que se han apropiado de la cúspide del Cerro Rico, pero hasta ahora ha podido más la capacidad de presión de ese poderoso sector que actúa impunemente por encima de las leyes vigentes en nuestro país.
Mientras tanto, la Unesco vanamente sigue enviando misiones de expertos para que asesoren en la estabilización y conservación del Cerro Rico. Misiones estériles, pues no hay en Bolivia quién tome en cuenta sus recomendaciones. Y tampoco han servido los reiterados anuncios sobre el inicio de procesos penales contra funcionarios del Ministerio de Minería por la manera negligente como eluden su obligación de evitar que se produzca la tan anunciada calamidad.
Es verdad, como sostienen voceros gubernamentales, que algo se está haciendo, pero no es menos cierto que eso no es suficiente, como los hechos lo demuestran. Es que es tan grande el deterioro de la estructura cónica del cerro después de casi 500 años de continua explotación que de muy poco sirven las obras que se hacen para evitar el previsible desastre.
Ante tal situación, y en vista de que ya han comenzado a contarse las primeras muertes, no resulta exagerado calificar el caso como un crimen en pleno proceso de ejecución. Y no sólo porque según los mandatos de la Unesco la destrucción del Cerro Rico merecería ser calificada como “crimen contra el patrimonio común de la humanidad”, sino porque un colapso de las dimensiones que se vaticinan pondría en muy serio riesgo la vida de varias decenas de miles de personas.